miércoles, 22 de noviembre de 2006

Aire limpio, fresco, alentador: Jiménez y Olmos



Fernando de Ita

Afuera del teatro el clima era gélido, pero en la sala Abundio Martínez corría un aire limpio, fresco, alentador, porque llegaron Los niños de Morelia, y con ellos un texto pulcro, sobrio, puntual y emotivo de Víctor Hugo Rascón Banda, que nos permitió ver, de nueva cuenta, al poeta del teatro que es Mauricio Jiménez, al director de las acciones físicas impecables, al compositor de escenas, al fabulador de imágenes, al demiurgo capaz de llenar el espacio vacío con la pasión del hombre.

La dramática historia de los hijos de la guerra civil española que llegaron a México amparados por el presidente Lázaro Cárdenas en los años 30, es una saga poco trabajada en la literatura e inédita para el teatro. Se pueden tejer muchas obras con el tema, y entre tantas posibilidades Rascón Banda optó por el recuento de la epopeya de los 500 niños arrancados de su patria, recibidos como emblemas y tratados como refugiados. Desde su resurrección, el dramaturgo de Uruáchic ha decantado su retórica para quitarle cualquier exceso, ya sea de acciones o de palabras, de manera que sus textos son reflejos precisos, punzantes, reveladores de la realidad.

En Los niños de Morelia el autor se despega del sentimentalismo y la idealización que provocan los dramas de la infancia, para narrar los hechos que determinaron el exilio y el conflicto de identidad de estos hijos de una guerra fratricida. La admirable síntesis de este drama agridulce, le permite a Mauricio Jiménez tejer un discurso escénico de una factura ejemplar. En el espacio vacío el director traza un poema de cuerpos, voces, intenciones, climas internos y reacciones externas de primer orden. Esta partitura dramática halla en Emma Dib, Oscar García, Israel Martínez, Dana Aguilar, Diana Fidelia y Héctor Hugo Piña, no sólo a unos intérpretes sino a unos recreadores del texto.

Como en sus mejores momentos, Mauricio hace que los objetos más futiles del mundo desplieguen resonancias insospechadas, y que las acciones de los actores no sean sólo movimientos del cuerpo sino metáforas de la mente. Los miembros del Círculo de Yacapixtla estamos felices porque el hijo predilecto de Cuautla recobró su poder creativo. De aquí pa’l real, poeta.

La muerte de un palíndromo

Enrique Olmos de Ita no es un chico fácil. Tiene la soberbia de sus 21 años y se cree el único autor vivo del estado de Hidalgo que tiene algo que decir. Cualquiera puede imaginar lo que esta pedantería provoca en sus colegas, sobre todo en los pachuqueños, que no lo tragan. Su elección como representante del teatro de Hidalgo provocó la muina de la comunidad, más cuando se enteraron que le dio a dirigir la obra elegida al director defeño Alberto Villarreal. Supongo que anoche llegaron al Teatro San Francisco con las uñas afiladas, más se quedaron con las ganas de rasgarse las vestiduras porque La voz oval no es una obra dramática que justifique la arrogancia de su autor, pero sí es una narración escénica que nos revela a un escritor que merece tal nombre porque ya conoce los entretelones del idioma, el poder del verbo, la reverberación de las palabras, el deslumbramiento de la metáfora, la reinvención de la realidad a partir de la escritura.

La obra de un joven es casi por definición una obra autobiográfica porque la primera persona del singular es su primera referencia. Olmos se retrata en esta pieza inventando un personaje al que el director le encontró un actor tan parecido al autor que sorprende, y tuvo el tino de imbricar el drama del crecimiento de un joven con la pasión que despierta el fútbol entre la afición del Pachuca. Lo mejor de esta narración es su torrente idiomático, aunque esa profusión de palabras termina por mostrar las limitaciones expresivas de los muy jóvenes actores que encarnan este cuerpo verbal.

No es que Soraya Barraza, Francisco Barreiro, Jorge Muñoz y Daniel Rivera estén mal, es que son jóvenes en proceso de aprendizaje, y este montaje será un paso adelante en su carrera. Quien ya está aprobado como director es Alberto Villarreal, brillante ideólogo del teatro posmoderno y el director joven más solicitado de este año en el que ha montado seis obras. Al ver su concepción del espacio, el cuidado, la limpieza del trazo, la creación de atmósferas, la utilización precisa y metafórica de los objetos, se entiende por qué es tan solicitado por sus jóvenes colegas.

La voz oval no es una obra redonda, ni acabada, pero es una pieza que muestra hasta dónde puede llegar este joven pedante de los Llanos de Apan.

1 comentario:

Anónimo dijo...

olmOs hijo de puta...