sábado, 25 de noviembre de 2006

El Teatro Nuevo del Emperador

Alberto Susano

Érase una vez en cierta república un emperador con mil cabezas que amaba el teatro, y aunque no entendía mucho, ya estaba harto de lo que se le mostraba, así que decidió aprovechar los grandes cambios del mundo para revolucionar su teatro. Mas, como él se ocupaba en despachar los grandes asuntos de la república y como no sabía mucho de arte, dejó el asunto del teatro en manos de los juglares más famosos.

–No me importa cómo pero quiero un teatro nuevo, nunca visto, para regocijo de nuestro pueblo, y de nuestra república. Les encomiendo esta tarea y si fallan cortaré sus cabezas. –Dijo el emperador.

–Oh, y ahora ¿qué haremos? Los juglares temblaban.

Entre todos ellos había un gran astuto e influyente, pero mediocre artista, además de carismático y buen orador.

–No nos preocupemos caballeros, el emperador es un estúpido zoquete que no entiende de arte. Hagamos lo que pide. –Dijo riéndose.

–Pe... Pero, no podemos, ¿qué hay más nuevo, qué hay más allá, cómo haremos para encontrarlo? Ya no hay magos, ni sabios, ni bacantes, ni dioses que nos asistan. –Decían los otros llorando.

–¿Es necesario? –decía el astuto–, yo tengo gran influencia en el gusto del rey, hagan cualquier cosa, brinquen, dóblense, sean exageradamente solemnes y pesados en el escenario, olviden la risa, hagan explosiones, vomiten sangre: hagan lo contrario a lo que siempre han hecho.

–Pe... Pero es en ir en contra de los dioses. –Decían los juglares temblando.

–Ya no hay dioses, ustedes lo han dicho. –Decía el astuto–. Además, ¿no quieren salvar el pellejo, y aún más, no quieren pasar a la historia como los creadores del nuevo teatro?

–Sí... lo queremos. –Decían inyectados de una repentina ambición los otros.

–Bueno, ustedes hagan lo que les digo, cualquier cosa, yo me encargo del emperador, ah por cierto, a cambio deben darme como ofrenda sus votos para ser el Gran Maestre del arte en la república.

–Así sea...

Y así, los juglares fueron a beber y despilfarrar el dinero que les daba el emperador para realizar la gran tarea. Había grandes orgías, día y noche, hasta que se anunció la Gran Muestra de Teatro Nuevo de la República.

Los juglares recitaban pesadamente ante el emperador. Más que saltar, se convulsionaban en el tablado, vomitaban sangre, se arrastraban, se oían explosiones, gemidos lastimeros, y un largo etcétera por el estilo.

El público dormía o lloraba desconcertado. El emperador frunció el entrecejo: sudaba. El público lo miraba con recelo. Al terminar el día, el emperador se encerró en su aposento: lloraba, clamaba perdón a los dioses muertos. Se levantó decidido a cumplir con su palabra: cortar cabezas, mas, al dar la vuelta, allí estaba el gran astuto.

–¿No fue grandioso?

–¿Te parece?, dijo el emperador acobardado.

–¡Claro! ¡Qué derroche de maestría, qué avance para el teatro de la gran republica! ¿Lo ve? un teatro hecho para iniciados en los grandes misterios del devenir histórico, un teatro que pueda ser visto por los hombres que tienen la sabiduría de un dios. Yo pude verlo. Redescubrí la catharsis, la poiesis, sólo un tonto no podría verlo.

Estas palabras intimidaron al rey, quien recuperó la postura y compartió las ideas de nuestro astuto. Hablaron largo rato acerca de este nuevo teatro.

Al cabo de un rato el emperador se asomó al balcón de palacio y con el público esperando afligido, anunció:

–Recibo con los brazos abiertos este nuevo teatro para gente sabia... –Y lo halagó aún más, con el astuto dictando palabras a su oído.

La gente que se atrevió a proferir insultos al nuevo teatro terminó sin cabeza, así que los demás decidieron callar y aplaudir, a su pesar, al nuevo teatro. El astuto fue convertido en el Gran Maestre del arte. El pueblo perdió su antiguo espíritu de lucha, se volvieron autómatas. La república se volvió gris, igual que su teatro. Nuestro Astuto gana mucho dinero, y se ha vuelto tan ambicioso que pocas veces les da a los juglares para hacer teatro; así que ya no hay tanto como antes, y el poco que hay, es ese nuevo teatro, pues si llega a haber alguien que se atreva a contradecir o mirar al pasado, perderá la cabeza.

Y colorín colorado...


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