miércoles, 22 de noviembre de 2006

¡A las barricadas! ¡A las barricadas!





Eduardo Vázquez Martín

Los llamados niños de Morelia se convirtieron en el ejemplo más contundente de la generosidad del gobierno del General Lázaro Cárdenas.

Decenas de miles de españoles encontraron refugio en México después de la derrota de la República Española, la memoria de aquel exilio y su aportación a la cultura y ciencia mexicanas ha sido profundamente documentada, pero de entre todas las historias del exilio, la de los llamados niños de Morelia se convirtió en el ejemplo más contundente de la generosidad del gobierno del General Lázaro Cárdenas. Víctor Hugo Rascón Banda se introduce en esa historia y se propone darles voz y cuerpo a aquellos niños que hoy tienen más de setenta años, cuando no es que ya se han ido.

El texto dramático tiene una primera virtud: traspasar la idealización de aquel gesto: en efecto México cobijó a más de trescientos niños, los puso a salvo de las balas franquistas y de la bombas alemanas que asolaban las ciudades leales a la República, les dio educación, techo y comida. Pero no sólo eso sucedió: aquellos niños perdieron a sus familias, su tierra, sus referentes culturales; aun cuando muchos de sus padres seguían con vida o combatían en el frente de guerra, se convirtieron de pronto huérfanos y fueron adoptados por un padre de proporciones mitológicas: el presidente de México.

A setenta años de aquella guerra, España comienza apenas a reconstruir su memoria. La llamada transición española, además de muchas virtudes políticas, fue también un pacto de silencio, sino es que de olvido. La mayoría de los jóvenes de la España contemporánea apenas descubren hoy que existió el exilio; Los niños de Morelia hace eco, desde este lado de Atlántico, de ese descubrimiento; del dolor y desgarramiento que significó, del desarraigo y la melancolía que produjo aquel destierro. Rascón Banda escoge, del fecundo cancionero de aquella guerra, el himno libertario que animaba a los anarquistas a batirse en las innumerables barricadas de Madrid y Barcelona. Otro acierto del texto dramático: mostrarnos a esos niños que deseaban empuñar las armas de sus padres y cantaban, puño en alta: “¡A las barricadas, a las barricadas!

La puesta en escena de Mauricio Jiménez es sobria y limpia: la austeridad de los uniformes escolares nos llevan a esos años grises que tan bien filmara Jomi García Ascot en El balcón vacío. Los actores jamás fingen una infancia que no les pertenece ni un acento que no es el suyo, y sin embargo uno no deja de ver, gracias a su notable capacidad expresiva y a la emoción que ponen en escena, a unos niños españoles que vienen de la guerra. Digno homenaje a una generación que se nos está yendo y a una historia que no podemos olvidar.

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