domingo, 19 de noviembre de 2006

Pancho Villa y los niños de la bola


Raúl Guerrero Bustamante

Una carpa fue instalada en la plaza Aniceto Ortega, dentro de ella, una parafernalia teatral muy funcional para esta obra, un esfuerzo técnico impresionante con apoyos de iluminación, algo de multimedia y utilería conformada por antigüedades y un vestuario totalmente fiel a la época; todo lo anterior, incluida la carpa, viaja con la obra cada vez que ésta se presenta, aunque nunca había viajado tantos kilómetros para presentarse; antes se había presentado en el lugar en donde se originó, tierra del grupo teatral y de los actores, en Chihuahua, en el pasado Festival Internacional y en las afamadas Jornadas Villistas.

Otra faceta interesante de la obra es que los actores son a la vez tramoyistas, y que la complejidad de la obra les demanda mucha atención a todos los detalles de actuación y escenografía. Entrar en la atmósfera de la obra no le costó trabajo a los espectadores. Cuando inició, apareció una niebla en un escenario que representa la oscuridad de la noche, se vive el frío que los personajes deben sentir, pero sobre todo la ambientación de la obra sabe también enseñarnos a experimentar la nostalgia de dichos personajes. Aparecen de momento dos hombres, con toda la facha de revolucionarios: sucios, desarrapados, gastados por la situación de guerra. Más desarrapado y gastado, entra a escena un viejo. Son tres personajes pero el mismo individuo, Alfredo Chaparro es su nombre, uno es viejo, otro es joven y otro es un niño. Los tres se encuentran en esa fría noche neblinosa. Se identifican “yo soy tú, cuando eras joven”, “y yo, cuando eras niño”, le dicen al más viejo, quién es forzado por los otros dos a recordar su vida; esos momentos de la infancia, de la revolución; cuando los niños jugaban en la calle entre cadáveres tirados que debían brincar, meciéndose en la soga que a los adultos les sirve para ahorcar, pero que para ellos era un columpio; niños que se divierten asomándose por los agujeros que las balas dejan en la pared, una niña que juega con una muñeca de porcelana pero sin pelo. Se dice en la obra que los adultos no salían a la calle por temor a ser confundidos con el enemigo y recibir un escopetazo, sólo los niños se atrevían a salir por su imperiosa necesidad de jugar. Alfredo Chaparro escucha la narración que su yo joven le dicta, empieza a recordar a su madre, quien ayudaba a Francisco Villa; recuerda Chaparro a un hermano que tuvo, un chiquillo llamado José León, un pequeño de piel morena –representado en la obra por una marioneta-, que le gustaba tocar un cornetín militar y que nunca pudo hablar, pero que se comunicaba con una mirada tan triste y dolorosa que hasta le sacaba las lágrimas al mismísimo general Pancho Villa, quien no hallaba respuesta para disolver esa tristeza que el niño emanaba. Recuerda Chaparro a alguien que se hizo amiga de su madre y más tarde su tía, una mujer que le llaman La Torcuata, quien se dedicaba a robar en los trenes, aquella que un día, cuando estaba huyendo de un garrotero, le fue tomada una foto, esa foto tan famosa de Agustín Casasola –curioso es que la obra se presentó enfrente del archivo que guarda el original de dicha foto-, en donde se aprecia una mujer con cara de espantada, sujetándose de las agarraderas del vagón de tren. Por su conducta, La Torcuata es castigada por Villa y enviada con Ercilla, la madre de Alfredo Chaparro, Villa también le regala la foto, para que se dé cuenta de cómo en ella se puede apreciar en su rostro cómo tiene la conciencia. Muchos recuerdos, canciones de la época, la vida de Chaparro se va extinguiendo como las brazas con las cuales se calienta en esa noche. Yolanda Abud, actriz que interpreta a Ercilla, me comenta con el orgullo de ser chihuahuense, de cómo las veces que han presentado la obra ha presenciado cómo la gente del público se enternece; me cuenta también de lo bello que es mostrar a Francisco Villa como alguien que, dentro de todos sus mitos, hay uno que es verdadero, su amor a los niños, quizá el único revolucionario que pensó e hizo algo por ellos, como los orfanatos y el abrir escuelas. Así, sentimos que más que en los libros de historia, la revolución está en la narración que proviene de los recuerdos. Esta obra se presentará nuevamente el domingo 19 de noviembre a las 12:00 hrs. en el mismo lugar.

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