viernes, 24 de noviembre de 2006

Vencer al Sensei: gracia, artes marciales y plasticidad




Juan Carlos Hidalgo

"Descubrí que la vocación de un samurai es la muerte".

Hagakuré

(Libro del Guerrero)

En toda relación entre maestro y alumno se crea una tensión que se comporta como un elástico que se estira con flexibilidad. En un extremo se encuentra el odio, en el otro, ya se sabe, el amor. Entre ambos se da también un espíritu de competencia; un instinto que lleva al novato a querer superar a su mentor y hace que el veterano ansíe sobrevivir. Todo ello se hace más explícito cuando media entre ellos un ámbito marcial, como el que se da en la práctica de las artes de combate orientales.

Vencer al Sensei es un rara avis en el paisaje teatral mexicano, pues combina combates con sable, karate y acrobacia con fragmentos textuales apenas esbozados. Se trata de un pieza performática en la que se aprecia un conocimiento del teatro Kabuki, de los malabares típicos de la Ópera de Pekín, pero también un gusto por las comedias de la era del cine mudo a lo Chaplin, Harold Loyd y Buster Keaton.

Durante los poco más de sesenta minutos que dura la representación, los segmentos de combate se suceden unos a otros: con katana, palillos chinos, una botella, sombrillas, entre otros objetos. Pero no se basan en la solemnidad de una pelea llana, sino que se convierten en conectores entre pasajes humorísticos, que relajan el tono e inyectan mucho sentido del humor al montaje, con lo que se emparentan también con la vasta tradición de cine chino sobre guerreros del templo Shaolín y las primeras cintas de Jackie Chan, mitad comedia bufa mitad kung fu coreográfico. (Quizá los espectadores más jóvenes sólo tengan en mente filmes tales como El Tigre y el dragón (00) de Ang Lee o La casa de los cuchillos (04) de Zhang Yimou).

Visitar al Sensei funciona como un espectáculo universal. Su mensaje se comprende más allá de que el venerable guía hable en japonés o sólo grite. Por alguna extraña razón su discípulo –ese pequeño saltamontes- si habla español y nos confiesa su ilusión y da cuenta de añejas batallas libradas por su maestro. Con todo, lo que priva es la sencillez semántica, la fuerza de la expresión gestual y corporal por sobre la palabra.

Mauricio Galaz, en calidad de alumno, y Richard Viqueira, autor, director, coreógrafo y Sensei, hacen gala de sus capacidades físicas, que no son pocas, acompañados de una frágil Geisha (Rossana Vega), que aporta sensualidad y ligereza. Para un público amplio de miras está puesta quizá le remita a un pasaje del Circo du Soleil, y puede que sea cierto. Tal vez sólo los puristas se incomoden, otros muchos harán suya la plasticidad de un respetable trabajo de Kraken Teatro, que fue apoyado por la Dirección de Teatro de la UNAM.

Sin duda, una pieza afortunada y peculiar que destaca entre lo ofrecido entre la Muestra Alterna, cuya oferta programática no hace sino ampliar las posibilidades de conocer diferentes estéticas y temáticas, más allá de quien con corteza de vista sólo quiere percibir en ella aislamiento y desigualdad. Valga recordar que en todo Festival o Muestra de estas proporciones los horarios y eventos se superponen. Buena falta les hace a quienes se dicen “profesionales” dejar por un rato la aldea y darse un tour más allá del patio de su casa.

Con todo, prefiero subrayar el grato encuentro con una pieza como Vencer al Sensei, un entrecruzamiento de géneros y tradiciones maduro y afortunado, y en el que la belleza no habla un idioma en particular; corre libremente y brota de un lance circense, de un maniobra de aikido o del vuelo del sable. Tal vez todos llevemos un guerrero por dentro, un pequeño Mishima, aunque el mensaje zen que nos regala el aprendiz nos recuerde que a estas alturas de la historia, el mundo está vacío.

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