martes, 21 de noviembre de 2006

"Monogamia" El cotidiano de la sangre

Carmen Zavaleta


La siempre obligada competencia entre los hermanos fue el punto de partida de la puesta en escena presentada por el grupo Mexicali a secas y dirigida por Ángel Norzagaray : "Monogamia"; la obra llegó a Pachuca, como resultado de la selección realizada por la convocatoria de la XXVII Muestra Nacional de Teatro.

Original del dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra, la historia presenta el encuentro de "Juan" (Javier Vera) y "Felipe" (Daniel Serrano), hermanos que -como cualquier consanguíneo que se respete- tienen una historia de encuentros, desencuentros y competencias, especialmente en el campo de las mujeres.

Los que estábamos ahí lo vimos: en la anécdota "Juan" cita a "Felipe" en un club donde es socio. Tras jugar un rato con un cigarro y lleno de ansiedad el espectador se entera de que su mayor preocupación, de entrada, es que nunca le ha sido infiel a su mujer, que es monógamo pero, sobretodo, que ya no lo será más porque... está enamorado, evidentemente de otra mujer que no es la suya.

Para revisar la puesta en escena es necesario partir del texto. El trabajo de De la Parra (quien empezó a ganar reconocimiento como dramaturgo en 1978, con la obra "Lo crudo, lo sucio, lo podrido"), abre el universo masculino; ese, donde la discusión de aspectos como la puntualidad se convierten en verdaderos campos de enfrentamientos, para no hablar de lo importante, lo que incomoda y hasta lo que duele.

Aquí el asunto es que en nuestro contexto, el texto (valga la frase), de De la Parra parecía no ser lo suficientemente cercano. No se trata de descalificar el trabajo, pero era evidente que la adaptación (por lo menos en cuanto a los lugares que se mencionan), sonaba forzada y en la historia faltaba la sorpresa, pues de acuerdo al discurso de los personajes, se podía deducir qué era lo siguiente de lo que hablarían, específicamente cuando se descubrían sus relaciones con las mujeres que tenían en común, y no solamente en las relaciones amorosas, también en las familiares.

En cuanto a la dirección, es claro que Norzagaray se dio a la tarea de explorar la actoralidad. Con los elementos mínimos (una mesa y cuatro sillas), el acento estaba puesto en el trabajo de los intérpretes, quienes realizaban su mejor esfuerzo por entrar y mantener las circunstancias emocionales de los personajes, el esfuerzo fue bueno, pero en momentos resultaban excesivo, pues faltaba el sustento para que las palabras cotidianas dejaran de serlo en su totalidad.

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